Ayer, el Tribunal Supremo absolvió a cuatro neonazis a los que la Audiencia de Barcelona había impuesto penas de hasta tres años y medio de prisión "por difundir publicaciones que disculpaban el Holocausto, elogiaban el Tercer Reich y vertían opiniones favorables a la eliminación de los judíos y a la discriminación de colectivos como los negros o los homosexuales".
En contra de la tendencia de la mayoría de los países europeos, donde la sola expresión de dudas sobre la existencia o la magnitud del Holocausto está penada y contempla varios años de cárcel (Francia, Alemania...), el Tribunal afirma que la Constitución "no prohíbe las ideologías" y que "las ideas, como tales, no deben ser perseguidas penalmente por muy execrables que sean", afirmando que mientras la expresión de esas ideas no conlleven una apología de la violencia o de la incitación al odio no pueden ser perseguidas.
Con esta sentencia se entra en un terreno peligroso. Y es que no todas las ideas deberían ser legales, puesto que hay ideologías que están íntimamente ligadas con el odio y con la violencia hacia el diferente, y la velocidad de propagación de estas ideas en las personas y las consecuencias que esto puede tener son muy peligrosas.
Los que postulan que ninguna ideología debería perseguirse olvidan que el silencio y la aquiescencia ante, por ejemplo, las ideas que pululaban por Alemania en los años 30 ayudaron a que ocurriera una guerra mundial que provocó 60 millones de muertos y el mayor genocidio en 400 años, y, entre otras barbaries, una guerra civil en España que causó cientos de miles de muertos y una dictadura de 36 años.
Es muy fácil enarbolar la bandera de la libertad de expresión, un derecho prostituído por todos aquellos cuyas ideas se basan en un odio visceral a quienes no piensan o no son como ellos y que defiednen o justifican la violencia sobre otros colectivos. La libertad de expresión es un pilar fundamental de la Democracia, verdad, pero no todas las ideas pueden refugiarse bajo su paraguas; por muy fundamental que sea este derecho, cuando se pone en la balanza la libertad de expresión frente al derecho a la vida, siempre pesa más esta última.
Hay que combatir todas las ideologías que no sean sensibles con todos y cada uno de los derechos humanos y no ser cómplices con nuestro silencio de lo que en un futuro pueda ocurrir por la propagación de esas ideas. Parafraseando a Martin Luther King, "nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos."
Los que postulan que ninguna ideología debería perseguirse olvidan que el silencio y la aquiescencia ante, por ejemplo, las ideas que pululaban por Alemania en los años 30 ayudaron a que ocurriera una guerra mundial que provocó 60 millones de muertos y el mayor genocidio en 400 años, y, entre otras barbaries, una guerra civil en España que causó cientos de miles de muertos y una dictadura de 36 años.
Es muy fácil enarbolar la bandera de la libertad de expresión, un derecho prostituído por todos aquellos cuyas ideas se basan en un odio visceral a quienes no piensan o no son como ellos y que defiednen o justifican la violencia sobre otros colectivos. La libertad de expresión es un pilar fundamental de la Democracia, verdad, pero no todas las ideas pueden refugiarse bajo su paraguas; por muy fundamental que sea este derecho, cuando se pone en la balanza la libertad de expresión frente al derecho a la vida, siempre pesa más esta última.
Hay que combatir todas las ideologías que no sean sensibles con todos y cada uno de los derechos humanos y no ser cómplices con nuestro silencio de lo que en un futuro pueda ocurrir por la propagación de esas ideas. Parafraseando a Martin Luther King, "nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos."
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